Lo que tomaron del fascismo europeo los dirigentes latinoamericanos fue la divinización de líderes populistas valorados por su activismo. Las masas cuya movilización pretendían, y consiguieron, eran las que nada tenían que perder; los enemigos contra los cuales las movilizaron eran «la oligarquía», los ricos, la clase dirigente local.
Hace
un tiempo me encontré esta cita del historiador marxista Eric Hobsbawm acerca
de la forma que tomó el fascismo en latinoamérica. De su libro Historia del siglo XX. Buenos Aires:
Crítica, 1998. Muy a propósito sobre el 9 de abril, fecha en que se conmemora
la muerte de un líder fascista/socialista, el colombiano Jorge Eliécer Gaitán. Sobra
decir que los amantes de la libertad no deberían recordar con respeto a esa
persona.
“En
América Latina donde la influencia del fascismo europeo resultó abierta y
reconocida, tanto sobre personajes como el colombiano Jorge Eliecer Gaitán
(1898-1948) o el argentino Juan Domingo Perón (1895-1947), como sobre regímenes
como el Estado Novo (Nuevo Estado) brasileño de Getulio Vargas de
1937-1945.
…Y,
sin embargo, ¡cuán diferentes de sus modelos europeos fueron las actividades y
los logros políticos de unos hombres que reconocían abiertamente su deuda
intelectual para con Mussolini y Hitler! Todavía recuerdo la conmoción que
sentí cuando el presidente de la Bolivia revolucionaria lo admitió sin la menor
vacilación en una conversación privada. En Bolivia, unos soldados y políticos
que se inspiraban en Alemania organizaron la revolución de 1952, que
nacionalizó las minas de estaño y dio al campesinado indio una reforma agraria
radical. En Colombia, el gran tribuno popular Jorge Eliecer Gaitán, lejos de
inclinarse hacia la derecha, llegó a ser el dirigente del partido liberal y,
como presidente, lo habría hecho evolucionar con toda seguridad en un sentido
radical, de no haber sido asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948,
acontecimiento que provocó la inmediata insurrección popular de la capital
(incluida la policía) y la proclamación de comunas revolucionarias en numerosos
municipios del país. Lo que tomaron del fascismo europeo los dirigentes
latinoamericanos fue la divinización de líderes populistas valorados por su
activismo. Pero las masas cuya movilización pretendían, y consiguieron, no eran
aquellas que temían por lo que pudieran perder, sino las que nada tenían que
perder, y los enemigos contra los cuales las movilizaron no eran extranjeros y
grupos marginales (aunque sea innegable el contenido antisemita en los
peronistas y en otros grupos políticos argentinos), sino «la oligarquía», los
ricos, la clase dirigente local. El apoyo principal de Perón era la clase
obrera y su maquinaria política era una especie de partido obrero organizado en
torno al movimiento sindical que él impulsó. En Brasil, Getulio Vargas hizo el
mismo descubrimiento. Fue el ejército el que le derrocó en 1945 y le llevó al
suicidio en 1954, y fue la clase obrera urbana, a la que había prestado
protección social a cambio de su apoyo político, la que le lloró como el padre
de su pueblo. Mientras que los regímenes fascistas europeos aniquilaron los
movimientos obreros, los dirigentes latinoamericanos inspirados por él fueron
sus creadores. Con independencia de su filiación intelectual, no puede decirse
que se trate de la misma clase de movimiento.” Pp. 139, 140-41.
También es importante tener en cuenta la
siguiente, donde menciona, casi sin querer, cómo los movimientos nazis y
socialistas tenían conexiones que presentan un cuestionamiento a la tradicional
oposición fascismo/socialismo.
“La
principal diferencia entre la derecha fascista y la no fascista era que la primera
movilizaba a las masas desde abajo. Pertenecía a la era de la política democrática
y popular que los reaccionarios tradicionales rechazaban y que los paladines
del «estado orgánico» intentaban sobrepasar. El fascismo se complacía en las
movilizaciones de masas, y las conservó simbólicamente, como una forma de
escenografía política —las concentraciones nazis de Nuremberg, las masas de la Piazza
Venezia contemplando las gesticulaciones de Mussolini desde su balcón—, incluso
cuando subió al poder; lo mismo cabe decir de los movimientos comunistas. Los
fascistas eran los revolucionarios de la contrarrevolución: en su retórica, en
su atractivo para cuantos se consideraban víctimas de la sociedad, en su
llamamiento a transformarla de forma radical, e incluso en su deliberada
adaptación de los símbolos y nombres de los revolucionarios sociales, tan
evidente en el caso del «Partido Obrero Nacionalsocialista» de Hitler,
con su bandera roja (modificada) y la inmediata adopción del 1.° de mayo de los
rojos como fiesta oficial, en 1933.“ P. 123.