F.
A. Hayek
Traducción de Carlo A. Caranci
Apéndice a su libro Camino de servidumbre, que puede ser
leído aquí:
Texto
original aquí:
Por muy incomprensibles que los
últimos acontecimientos de Alemania puedan parecerle a todo aquel que haya
conocido el país principalmente en los años democráticos de la posguerra, todo
intento de comprender plenamente estos hechos los considerará la culminación de
tendencias que se remontan a un periodo muy anterior a la Gran Guerra. Nada es
más superficial que considerar que las fuerzas que dominan la Alemania de hoy
son reaccionarias —en el sentido de que desean una vuelta al orden social y
económico de 1914. La persecución contra los marxistas, y contra los demócratas
en general, tiende a oscurecer el hecho fundamental de que el
nacionalsocialismo es un movimiento socialista genuino, cuyas ideas básicas son
el fruto final de las tendencias antiliberales que iban ganando terreno
rápidamente en Alemania desde la última parte del periodo bismarckiano,y que
llevó a la mayor parte de la intelligentsia alemana primero al «socialismo de
cátedra» y más tarde al marxismo en sus formas socialdemocrática o comunista.
Una de las principales razones de que no se haya aceptado de manera casi
general el carácter socialista del nacionalsocialismo es, sin duda, su alianza
con grupos nacionalistas que representan a las grandes industrias y a los
grandes terratenientes. Pero esto prueba meramente que también estos grupos
—como han ido aprendiendo desde entonces para su frustración— se han
equivocado, al menos en parte, respecto a la naturaleza del movimiento. Pero
sólo parcialmente, porque —y éste es el rasgo más característico de la moderna
Alemania— muchos capitalistas han sido influidos ellos mismos fuertemente por
las ideas socialistas, y no tienen suficiente fe en el capitalismo como para
defenderlo con una conciencia clara. Pero, pese a ello, la clase empresarial
alemana ha manifestado una casi increíble cortedad de miras al aliarse con un
movimiento de cuyas fuertes tendencias anticapitalistas nunca ha habido la
menor duda.
Un observador cuidadoso ha debido ser siempre consciente de que la
oposición de los nazis a los partidos políticos socialistas existentes, que se
habían ganado la simpatía de los empresarios, se dirigía sólo en pequeña medida
contra su política económica. Lo que los nazis objetaban principalmente era su
internacionalismo y todos los aspectos de su programa cultural que todavía
tenía influencias de las ideas liberales. Pero las acusaciones contra los
socialdemócratas y comunistas, que eran las más eficaces en su propaganda,
estaban dirigidas no tanto contra sus programas como contra sus supuestas prácticas
—su corrupción y nepotismo, e incluso su presunta alianza con «el capitalismo
judío internacional del oro».
Y habría sido poco probable que los nacionalistas avanzasen objeciones
fundamentales contra la política económica de otros partidos socialistas cuando
su propio programa oficial difería de éstos sólo en que su socialismo era mucho
más basto y menos racional. Los famosos 25 puntos elaborados por Herr Feder[2],
uno de los primeros aliados de Hitler, aceptados repetidamente por éste y
reconocidos por los estatutos del Partido nacionalsocialista como base
inmutable de todas sus acciones, junto con un extenso comentario, que
circularon por toda Alemania en centenares de miles de ejemplares, están llenos
de ideas que se parecen a las de los primeros socialistas. Pero la
característica dominante es un fiero odio a todo lo capitalista —búsqueda del
beneficio individual, empresa a gran escala, bancos, sociedades anónimas,
grandes almacenes, «finanzas internacionales y capital para préstamos», el
sistema de «esclavitud del interés» en general; la abolición de todo esto se
describe como «lo [indescifrable] del programa, alrededor del cual gira todo lo
demás». Fue a este programa al que las masas del pueblo alemán, que ya estaban
completamente bajo la influencia de las ideas colectivistas, respondieron tan
entusiásticamente.
Y que este violento ataque contra el capitalismo es genuino —y no un mero
elemento de propaganda— se hace evidente tanto por la historia personal de los
dirigentes intelectuales del movimiento como por el milieu general del que surge. Y no se puede
negar que muchos de los jóvenes que hoy juegan un papel importante en él fueron
anteriormente comunistas o socialistas. Y para cualquier observador de las
tendencias literarias que hicieron que la intelligentsia alemana estuviese
dispuesta a unirse a las filas del nuevo partido, debe ser evidente que la
característica común de los escritores políticamente influyentes —en muchos
casos libres de cualquier afiliación clara a un partido— fue su tendencia
antiliberal y anticapitalista. Grupos como los formados alrededor de la revista Die Tat han hecho de la frase «fin del
capitalismo» un dogma aceptado por la mayoría de los jóvenes alemanes.[3]
Que el movimiento es más antiliberal que cualquier otra cosa está
estrechamente relacionado con otro importante aspecto de aquél —el sentimiento
antirracional, místico y romántico, que iba aumentando desde hacía años entre
la juventud alemana. La protesta contra el «intelectualismo liberal » que
recientemente han expresado con tanta energía los estudiantes de la Universidad
de Berlín, no fue una aberración aislada sino una expresión real del
sentimiento de las grandes masas populares[4].
Sería una historia demasiado larga buscar todas las diferentes fuentes
intelectuales de estas tendencias antirracionales en el arte y la literatura
que han convergido —con frecuencia con el asombro y consternación de quienes
las originaron— en el movimiento nazi. Pero hay que decir que, de nuevo, la
principal influencia que destruyó la creencia en la universalidad y unidad de
la razón humana fueron las enseñanzas de Marx respecto al condicionamiento de
clase de la naturaleza de nuestro pensamiento, respecto a la diferencia entre
la lógica burguesa y lo lógica proletaria, que sólo necesitaba ser aplicada a
otros grupos sociales tales como las naciones y las razas, para proporcionar
las armas que se usan ahora contra el racionalismo como tal. En qué gran medida
esta idea marxiana ha permeado el pensamiento alemán puede verse en el hecho de
que, en los últimos años, ha sido promovida, como «sociología del conocimiento
», al rango de una nueva rama del saber[5].
Es obvio que, a partir de este relativismo intelectual que niega la existencia
de verdades que pueden ser reconocidas independientemente de la raza, nación, o
clase hay sólo un paso hacia la postura que coloca al sentimiento por encima
del pensamiento racional.
Que el antiliberalismo y el antirracionalismo están íntimamente ligados
entre sí, es algo que se comprende fácilmente, y de hecho es inevitable. Si se
justifica el imperio de la fuerza por parte de algún grupo privilegiado, su
superioridad ha de ser aceptada, pues no puede demostrarse. Pero lo que no se
entiende tan fácilmente —si bien es de inmensa importancia— es el hecho,
ilustrado por las realidades de Alemania y Rusia, de que el antiliberalismo,
que si se limita al campo económico tiene hoy las simpatías de casi todo el
resto del mundo, lleva inevitablemente a un reinado de la coerción, a la
intolerancia y a la supresión de la libertad intelectual. La lógica inherente
al colectivismo hace imposible encerrarlo en una esfera limitada. Más allá de
ciertos límites, la acción colectiva en interés de todos sólo se hace posible
si todos pueden ser obligados a aceptar como su interés común lo que quienes
están en el poder dicen lo que se debe aceptar. En ese momento, la coerción
debe extenderse a las metas e ideas últimas de los individuos y debe intentar
situar la Weltanschauung de cada uno en la misma línea de ideas
de sus gobernantes.
El carácter colectivista y antindividualista del Nacionalsocialismo alemán
no cambia mucho por el hecho de que no se trate de un socialismo proletario
sino de clases medias, y que se inclina, por lo tanto, a favorecer a los
pequeños artesanos y tenderos y a establecer un límite algo más alto en cuanto
al reconocimiento de la propiedad privada que el del comunismo. En el primer
ejemplo, reconocerá probablemente, de forma nominal, la propiedad privada en
general. Pero la iniciativa privada puede verse rodeada de restricciones a la
competencia de modo que queda poca libertad. Los artesanos, los tenderos y los
profesionales, con toda probabilidad, serán organizados en gremios, como los de
los oficios medievales, que regularían sus actividades. En el caso de los
capitalistas más ricos el control del estado y las restricciones a los ingresos
dejarían poco más que el nombre de propiedad, incluso cuando la intención de
corregir la acumulación indebida de riqueza en manos de los individuos todavía
no se ha llevado a cabo. Incluso en el momento presente los comisarios del
estado han sido contratados por muchas importantes industrias y, si el ala más
radical del partido es consecuente, lo mismo ocurrirá probablemente en otros
muchos casos[6]. En la
actualidad, cuando el partido Nacionalsocialista ha crecido enormemente, y por
tanto abarca elementos con puntos de vista muy divergentes, es, pues, difícil
decir qué punto de vista predominará. Pero si, como parece cada vez más
probable, van a controlar el terreno los puntos de vista sobre economía
política más radicales, significará que el pánico ante el comunismo ruso ha
empujado al pueblo alemán inconscientemente a algo que difiere del comunismo en
poco, salvo en el nombre. Es más que probable que el significado real de la
revolución alemana sea que la largamente temida expansión del comunismo en el
corazón de Europa ya ha tenido lugar, pero no se reconoce porque las semejanzas
fundamentales en métodos e ideas quedan ocultas por las diferencias en
fraseología y en los grupos privilegiados. Por el momento, el pueblo alemán ha
reaccionado contra el trato recibido de la comunidad de países democráticos y
capitalistas abandonando esa comunidad.
De todos modos, nada sería menos justificable que las naciones de Europa
occidental mirasen por encima del hombro al pueblo alemán porque ha acabado
siendo víctima de lo que, en este país, parece un tipo de barbarie. De lo que
hay que darse cuenta es de que esto es sólo el resultado último y necesario de
un proceso de desarrollo en el que las demás naciones han estado siguiendo
constantemente a Alemania, aunque a considerable distancia. La gradual
extensión del campo de actividad del estado, el aumento de las restricciones
del movimiento internacional de hombres y bienes, la simpatía por la
planificación económica central y el generalizado jugar con las ideas de
dictadura, todo ello va en esa dirección. En Alemania, donde estas cosas habían
ido más lejos, estaba en curso una reacción intelectual, que ahora difícilmente
podrá sobrevivir. El hecho de que el carácter del presente movimiento sea tan
mal interpretado generalmente hace probable que la reacción en otros países
acelere, en vez de debilitar, la actuación de estas tendencias que conducen en
la dirección en que ahora está yendo Alemania. Hasta ahora, hay pocas
perspectivas de que el reverso de estas tendencias intelectuales en otra parte
llegue a tiempo para prevenir que otros países sigan también a Alemania en este
último paso.
[1] El informe se
encuentra en los Hayek Papers, caja 105, carpeta 10, Hoover Institution
Archives. En el informe original las comillas encierran «Nazi» al estilo
alemán, y Socialismo se escribió originariamente «Sozialism» pero se corrigió.
—Ed.
[2] Gottfried Feder
(1883-1941) fue uno de los primeros consejeros económicos de Hitler. Elemento
fundamental de sus enseñanzas económicas era el concepto de «esclavitud del
interés» y su recomendación de que el interés debe ser abolido. Una vez en el
poder, Hitler abandonó el programa de Feder con el fin de atraerse mejor el
apoyo de los industriales alemanes. —Ed.
[3] Para más información
sobre Die Tat, véase capítulo XII, nota 41. —Ed.
[4] Las protestas
estudiantiles de Berlín culminaron en una quema de libros en la Operaplatz en
la noche del 1.º de mayo de 1933. —Ed.
[5] Karl Mannheim era uno
de los principales defensores de la «sociología del conocimiento»; véase
especialmente su Ideology and Utopia: An Introduction to the Sociology of
Knowledge, trad. inglesa de Louis Wirth y Edward Shils, volumen de la serie The
International Library of Psichology, Philosophy, and Scientific Method (Nueva
York: Harcourt, Brace, 1936) —Ed.
[6] En los primeros meses
de régimen nazi los autonombrados radicales del partido nazi marcharon sin más
contra ciertas empresas y se apoderaron de ellas, concediéndose a sí mismos y a
sus cómplices, por lo general, sustanciosos salarios y otras gratificaciones.
Göring y los demás líderes nazis consideraban peligroso a estos supuestos Kommisars y
para finales de 1933 habían sido expulsados la mayoría de ellos. —Ed.
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