domingo, 9 de agosto de 2015

Palabra y civilización

Palabra y civilización
Jaime Luis Zapata

La palabra escrita significa algo real, una base, un sostenimiento firme, desde el cual puede proyectarse una serie de ciclos, de producción, de obediencia, de funcionamiento, de generación de elementos que puedan servir para un despliegue futuro de herramientas humanas, que a la vez sirvan para aumentar y expandir la cobertura de una vida ya no sometida a los elementos naturales, sino que hace de dichos elementos una función de proyección civilizatoria. La palabra escrita, dice John Searle, "crea la civilización", porque entonces se pueden tener "compromisos a largo plazo, que van más allá de una generación", como el caso de "los 10 mandamientos que continúan por milenios".

La palabra era imposible en esos tiempos. No solo la escrita, sino la meramente pronunciada. A un acontecimiento que conmoviera a las bestias que éramos, no se podía responder sino con una exclamación. Sin embargo esta exclamación es la base de que ahora podamos enviar sondas a Plutón. No existía en esa época algo llamado Plutón, no en las conciencias, por el mero hecho de que no existía la conciencia. Éramos animales, no superiores a una ardilla, porque el lenguaje no existía. La exclamación podía ser una señal. A estas exclamaciones se comenzaron a asociar fenómenos, amenazas, resultados, fracasos, logros. Se pudo establecer, dando un gran paso que hace pensar en alguna intervención divina, una conexión entre un fenómeno causado, dirigido, o de alguna manera influenciado por un congénere, un incipiente humano, y la exclamación de dicha o tristeza. Se creó una asociación entre la expresión y un fenómeno. Y ahí empezó todo, ahí empezó la humanidad.
Desde ese momento pudimos pensar en hacer alguna invasión del territorio de otros, o en defender el propio, o en establecer unidades especializadas del grupo encargadas de ciertas labores. Pero esto requería un nivel de inteligencia avanzado, el cual, como no podía ser de otra manera, estaba reservado para élites que por razones biológicas, hubieran aprendido a utilizar a los demás en su provecho. Debía existir para ello una relación simbiótica entre las élites y los subordinados, de la cual resultaba el bienestar y la satisfacción de las élites y la supervivencia de los dominados. Esta configuración aseguraba la existencia del grupo, no solo frente a amenazas  presentes y concretas, actuales, sino frente a la eventualidad futura, fuera ello una invasión, o algún fenómeno natural altamente perjudicial. Se estableció de esta manera la planeación social, que no es una directiva establecida totalmente desde arriba, sino que para obtener éxito a largo plazo debe conjugarse con las intenciones y deseos de cada productor y consumidor en el sistema social.
Coetáneo a ello tuvo que haber sido la plasmación concreta del lenguaje (1), el establecimiento perfecto, indudable, de un sistema de convenciones que cargaran un significado al cual todos se obligaran, y vulnerado el cual por algún miembro acarreara un castigo. Este sistema de convenciones tenía que tener a su vez una fuerte carga religiosa, que pudiera someter la imaginación de los hombres al poder social. El ladrón, el homicida, el criminal, significaba la amenaza a la existencia de la sociedad, en una época en que las convenciones apenas se estaban configurando y afirmando como base de la civilización humana (2). Dicho sistema sólo podía tomar forma con la palabra escrita. La palabra escrita significa algo real, una base, un sostenimiento firme, desde el cual puede proyectarse una serie de ciclos, de producción, de obediencia, de funcionamiento, de generación de elementos que puedan servir para un despliegue futuro de herramientas humanas, que a la vez sirvan para aumentar y expandir la cobertura de una vida ya no sometida a los elementos naturales, sino que hace de dichos elementos una función de proyección civilizatoria. La palabra escrita, dice John Searle, "crea la civilización", porque entonces se pueden tener "compromisos a largo plazo, que van más allá de una generación", como el caso de "los 10 mandamientos que continúan por milenios". El lenguaje escrito significa la "capacidad para representar y crear representaciones duraderas". Estos elementos de civilización creados por el lenguaje escrito son la base de mayores acrecentamientos civilizatorios, y estos la base de los siguientes. Así se obtiene una “considerable capacidad creciente y exponencial para la representación humana” (3).
El libro simboliza de una manera más clara y sólida lo que es la civilización humana. El libro permite la discusión intergeneracional, la creación, la configuración de ideas, mundos, realidades, ficciones, cosas existentes que no pueden existir, o por lo menos no las podemos asir, a menos que se expresen, que se concreticen. Para Dostoievski, “leer un libro y encima encuadernarlo representa dos períodos enteros de evolución, y enormes. Al principio, se van poco a poco acostumbrando a leer; en siglos, naturalmente; pero hacen poco caso del libro, y lo consideran como objeto sin importancia. Eso de encuadernarlo significa ya respeto al libro; significa que no sólo gustan de leer, sino que han reconocido el valor de la lectura (4)”.
Contra todo este proceso de cooperación que se extiende en el tiempo, que se consolida con la escritura y que crea la civilización, se yergue la tiranía. La tiranía, entendida como el mal gobierno de uno para sus propios fines particulares, recela de los procesos de cooperación que se producen entre los subordinados. Santo Tomás de Aquino nos cuenta que los tiranos ven la confianza, la interacción entre los gobernados como una amenaza a su posición. El tirano ya no premia la valentía, el honor, sino la traición, la sumisión, a largo plazo esto tiene que configurar una sociedad de personas viles (5). Contra esta generación de lazos sociales se hace necesario entonces crear una red de vigilancia, que vele por el silencio, que busque impedir la construcción de dichos vínculos, esto es un freno a la civilización.
Desde un sentido metafísico, pero también biológico, el poeta es el agente que acelera la estructura civilizatoria. El poeta es casi que un creador de civilización, el que relata oralmente, pero aún más el que pone por escrito, es una figura de respeto, y produce una veneración instintiva, porque es el representante del paso de la bestialidad a la humanidad. El conocer una convención, ponerla en funcionamiento, plasmar adecuadamente el orden gramatical, y referir con ello a una realidad existente es una tarea enorme, que impresiona más cuando se tiene en cuenta que el lenguaje puede producir la sociedad al generar compromisos (6). Pero el poeta supera incluso esta dimensión cuando utiliza dichas convenciones para producir mundos alternativos, realidades alternativas, ficciones, o escenarios en que las leyes de la física resultan suspendidas. Un escrito en que el mundo se pone borroso, en que las leyes de la física no operan, es la última etapa, la más avanzada a que ha llegado la humanidad. El poeta nos recuerda al primero que realizó una exclamación, cuando aún éramos más bestias que humanos, pero también nos señala el próximo paso, en que se han superado todas las limitaciones objetivas y se pueden configurar mundos fantásticos.

Notas
1. “Los teóricos del contrato social (...) presumen la existencia de nosotros como criaturas que hablan lenguaje, y luego ellos especulan cómo podríamos habernos reunido en un ‘estado de naturaleza’ para formar un contrato social.” Sin embargo, “una vez que tienes un lenguaje compartido  ya tienes un contrato social; de hecho ya tienes sociedad. Si por ‘estado de naturaleza‘ se quiere decir un estado en que no hay instituciones humanas, entonces para animales que hablan lenguaje no hay tal cosa como un estado de naturaleza. Para poder comenzar a explicar la naturaleza de la sociedad, o el rol del lenguaje en la sociedad, primero tienes que responder a la pregunta, ¿qué es el lenguaje?”. Searle, John. Making the Social World. The Structure of Human Civilization. New York: Oxford, 2010, p. 62.
2. “Porque donde existieren gentes feroces y fieras, con igualdad de todos, pero sólo la causada por su fiera y feroz naturaleza, y luego alguna vez sin fuerza de armas, sin imperio de leyes, entre ellos alcanzare concierto, no se habrán concertado más que por fuerza y virtud de una naturaleza tenida por superior a la humana, y fundados en que tal fuerza superior les hubiere al concierto obligado. (...)Ocuparon las primeras tierras vacías, en ellas con ciertas mujeres detuviéronse, y, allí permanecientes, crearon ciertas razas, sepultaron a sus muertos y en ciertas ocasiones, también designadas por su religión, prendieron fuego a las selvas, las araron, las sembraron de trigo, y así fijaron los hitos de los campos, asistidos por fieras supersticiones, por las cuales ellos salvajemente, organizadas sus parentelas vertieron la sangre de los impíos vagabundos, que no concibiendo la fuerza de la sociedad, divididos y solos, iban a robar trigo, sobre cuyo hurto recibían de aquellos la muerte.” Vico, Giambattista. Principios de una ciencia nueva en torno a la naturaleza común de las naciones. México: FCE, 2006, p. 107.
3. Searle, John. “Language, Writing, Mind, and Consciousness”, 2014.
4. Dostoievski, Fedor M. Los demonios. México: Porrúa, 2009, p. 448.
5. Los tiranos no “sólo dañan a los súbditos en los bienes corporales, sino que los impiden para los del ánimo, por lo que apetecen más el mandar que: el aprovechar, estorbando el aumento de los súbditos, temiendo que cualquier excelencia de ellos sea dañosa a su inicuo señorío; porque los tiranos más se temen de los buenos que de los malos, y siempre la ajena virtud les es espantosa, y así se esfuerzan para procurar que sus súbditos no sean gente de virtud ni tengan pensamientos magnánimos, para que no dejen de sufrir su mal gobierno, y que entre ellos no haya conciertos, ni amistades, ni gocen de la correspondencia de la paz, porque así no fiándose unos de otros, no pueden intentar nada contra ellos; por lo cual siembran entre sus súbditos discordias, y fomentan las que están comenzadas, y prohíben todo lo que entre los hombres es causa de amistad, como matrimonios, banquetes y otras cosas semejantes, que en los ciudadanos suelen causar familiaridad y confianza.(...) Y así por esto acontece que como a los que gobiernan como malos les pesa de la virtud de sus súbditos, y la impiden con todas sus fuerzas, debiendo inducirlos a ella, donde gobiernan tiranos siempre hay pocos hombres de valor, porque conforme a la sentencia del filósofo: ‘Allí se hallan hombres fuertes, donde son honrados. los que son excelentes en fortaleza’, y como dice Tulio: ‘Siempre están caídas, y prosperan poco las cosas que son de muchos reprobadas’, y así es cosa natural que los hombres criados en servidumbre se hagan de ánimo servil y pusilánimes para cualquier obra varonil y grande, como lo muestra la experiencia en las provincias que han sido mucho tiempo gobernadas por tiranos; de donde el Apóstol, escribiendo a los colosenses, dice: ‘No queráis provocar vuestros hijos a indignación, porque no se hagan pusilánimes’.(...) Por la maldad de los tiranos se apartan los súbditos de la perfección de la virtud.” Aquino, Santo Tomás de. Tratado del gobierno de los príncipes. 2014. Aquino se apoya aquí en Aristóteles. Tomado de http://www.statveritas.com.ar/Libros/Libros-INDICE.htm
6. Searle, Making…, pp. 61-89.

jueves, 30 de julio de 2015

Monarchy and development: The case of Liechtenstein

Monarchy and development
The case of Liechtenstein

Jaime Luis Zapata




The Princely House adds a private element to Liechtenstein's political structure, to its Constitution.
In the first place, we can mention that the House offers autonomy and independence to the government, which also adds the perspectives of a long term interest.
Regarding this, Hans-Hermann Hoppe says:


A private government owner will tend to have a systematically longer planning horizon, i.e., his degree of time preference will be lower, and accordingly, his degree of economic exploitation will tend to be less than that of a government caretaker; and subject to a higher degree of exploitation, the nongovernmental public will also be comparatively more present oriented under a system of publicly owned government than under a regime of private government ownership.


Also, HSH Hans-Adam II of Liechtenstein sustains that:


More important than the model of government is the question of whether a long-term component, independent of party politics, should be introduced into the political system of a state, in the form of a strong hereditary monarchy like that of the Principality of Liechtenstein. A hereditary monarch is under no obligation to the different parties, and he does not have to take elections into account. Instead, he can concentrate on the long-term welfare of the state and its population. In the Principality of Liechtenstein it has been possible to pursue long-term policies over generations to the benefit of the state and its people. A positive and close cooperation between the different generations of the ruling family has been essential for this.


Plus, a monarchy with a private wealthy house is oriented to the generation of wealth and protected from squandering. It reduces the possibility that the people be bribed with the state's resources, since the power of the monarchy cannot be changed of hands, unlike in a democracy, where power is transferred to he who offers more to his coalition. In monarchy, power is out of competition. Since the Princely House money is unredistributable, this allows for a sure basis of accumulated capital that cannot be squandered or taken away, and that is available for wealth creation.
Regarding this, Anthony de Jasay says:


The maximin-type safety of the democratic system provided by the government having to face the expiration of its tenure at regular intervals is paid for with a heavy price. Capital accumulation and investment tend to be lower, structural adaptation meets more resistance and budget deficits are more chronic in democracy than in some, though of course not all, non-democratic systems. One need not select such extreme examples as France or Spain compared to Korea, Singapore or Indonesia to perceive the general tendency.

Diverting income from corporations and the well-to-do who save much, to wage-earners and the needy who save little, reduces the rate at which the capital stock is increasing and hence also the rate at which the demand for labour increases, wages rise and jobs are created. (...) Labour rose from misery thanks to being too weak to be able to depress high profitability and hence the rapid accumulation of capital.


The Princely House has its own rules of succesion and family, and its financed by itself, not depending on tax revenues. Since it also has a strong economic gravity, it also has a great influence on politics. It is like a private fortress, of which Schumpeter spoke about.
The monarch is not an overreaching power, however. It is a contract between oligarchy (parliament), democracy (specially at the local level) and the monarchy. Each with responsibilities and rights. As, HSH Hans-Adam II of Liechtenstein says:


We in the Princely House are convinced that the Liechtenstein monarchy is a partnership between the people and the Princely House, a partnership that should be voluntary and based on mutual respect. As long as we in the Princely House are convinced that the monarchy can make a positive contribution to the country and its people, that a majority of the people desire this, and that certain conditions are fulfilled, such as the autonomy of our family as established in our house law, we shall gladly provide the head of state. This partnership goes back some three hundred years and it has been successful for both the Princely House and the people.


References:
Anthony de Jasay:
Government freehold property vs government leasehold property (democracy)
Democracy as destroyer of capital accumulation.


Hans-Hermann Hoppe:
Time preference and tragedy of the commons, monarchy and democracy.


HSH Prince Hans-Adam II of Liechtenstein:

The State in the Third Millennium.

jueves, 7 de mayo de 2015

Ryszard Kapuściński: El bolchevismo como religión proletaria sin Dios

El bolchevismo como religión proletaria sin Dios
Ryszard Kapuściński
El Imperio (1993). Barcelona: Anagrama, 2009, pp. 118-9.


(...)La sede del comité del partido se había levantado sobre los cimientos de la basílica catedralicia.
El zar era Dios: en esta dualidad del Poder Supremo en Rusia estribaba su estabilidad, su solidez y su fuerza. El Poder lo podía todo porque lo respaldaba la gracia divina. El zar era el ungido y el enviado del Todopoderoso; más aún era su personificación, su encarnación terrestre. Solo aquel que afirmaba (y de algún modo demostraba) que su poder tenía esa doble naturaleza, divina y humana, podía regir estas tierras, arrastrar tras de sí al pueblo y contar con su obediencia y devoción. De ahí que la historia de Rusia conozca a tantos zares impostores, tantos falsos profetas, iluminados y fanáticos santones, que podían ejercer el gobierno sobre millones de almas, porque en ellos se había posado el dedo Dios, que, en el caso de Rusia, era la única legitimación del poder.
Los bolcheviques intentan encajar en esta tradición, tratan de beber de sus vivificantes y probadas fuentes. El bolchevismo, evidentemente, es otro impostor, pero es un impostor que va más lejos: ya no solo es la encarnación terrestre de Dios. Es el mismo Dios. Para lograrlo, para convertirse en el nuevo Dios, hay que destruir las Moradas del Dios viejo (destruirlas o desposeerlas del rango de lugares sagrados, convirtiéndolas en almacenes de combustible o de muebles), y levantar sobre sus cimientos los nuevos templos, los nuevos objetos de adoración y culto: Sedes del Partido, Palacios de los Sóviets, Comités… En esta transformación, o mejor dicho, en esta revolución, se lleva a cabo un sencillo y radical cambio de símbolos. En éste lugar (antes había aquí una iglesia ortodoxa) en el que, rebosante de fe ardiente, rendías culto al Todopoderoso (que está en el cielo), desde ahora (ahora hay aquí la Sede del Partido) rendirás culto al Todopoderoso (que está en la tierra). En una palabra, aunque cambiase el decorado, en la historia que sigue desarrollándose sobre su fondo queda intacto el principio fundamental: el principio del culto. De ahí que no fuese por casualidad el que, cuando después de la muerte de Stalin, se criticase su manera de gobernar, se hiciera uso de la terminología sacada del diccionario teológico: el culto de la personalidad.
El autor de la biografía crítica de Stalin, Roy Medvédev, escribe:
“En las primeras décadas del siglo XX, aun entre los marxistas existía la corriente de los ‘divinizadores’ que en aquel entonces representaban Anatoli Lunacharski, Vadim Bázarov e incluso Maxim Gorki. Se consideraban llamados a cumplir una tarea que consistía en crear, sobre la base del marxismo-leninismo, ‘una religión proletaria sin Dios’. La asumió Stalin, y de hecho la cumplió, solo que corregida y aumentada. Basada en el marxismo, contribuyó a crear una especie de religión, sólo que con un Dios, por añadidura omnipotente y omnisciente, erigiéndose el propio Stalin en el terrible Dios de la nueva religión.”