jueves, 7 de mayo de 2015

Ryszard Kapuściński: El bolchevismo como religión proletaria sin Dios

El bolchevismo como religión proletaria sin Dios
Ryszard Kapuściński
El Imperio (1993). Barcelona: Anagrama, 2009, pp. 118-9.


(...)La sede del comité del partido se había levantado sobre los cimientos de la basílica catedralicia.
El zar era Dios: en esta dualidad del Poder Supremo en Rusia estribaba su estabilidad, su solidez y su fuerza. El Poder lo podía todo porque lo respaldaba la gracia divina. El zar era el ungido y el enviado del Todopoderoso; más aún era su personificación, su encarnación terrestre. Solo aquel que afirmaba (y de algún modo demostraba) que su poder tenía esa doble naturaleza, divina y humana, podía regir estas tierras, arrastrar tras de sí al pueblo y contar con su obediencia y devoción. De ahí que la historia de Rusia conozca a tantos zares impostores, tantos falsos profetas, iluminados y fanáticos santones, que podían ejercer el gobierno sobre millones de almas, porque en ellos se había posado el dedo Dios, que, en el caso de Rusia, era la única legitimación del poder.
Los bolcheviques intentan encajar en esta tradición, tratan de beber de sus vivificantes y probadas fuentes. El bolchevismo, evidentemente, es otro impostor, pero es un impostor que va más lejos: ya no solo es la encarnación terrestre de Dios. Es el mismo Dios. Para lograrlo, para convertirse en el nuevo Dios, hay que destruir las Moradas del Dios viejo (destruirlas o desposeerlas del rango de lugares sagrados, convirtiéndolas en almacenes de combustible o de muebles), y levantar sobre sus cimientos los nuevos templos, los nuevos objetos de adoración y culto: Sedes del Partido, Palacios de los Sóviets, Comités… En esta transformación, o mejor dicho, en esta revolución, se lleva a cabo un sencillo y radical cambio de símbolos. En éste lugar (antes había aquí una iglesia ortodoxa) en el que, rebosante de fe ardiente, rendías culto al Todopoderoso (que está en el cielo), desde ahora (ahora hay aquí la Sede del Partido) rendirás culto al Todopoderoso (que está en la tierra). En una palabra, aunque cambiase el decorado, en la historia que sigue desarrollándose sobre su fondo queda intacto el principio fundamental: el principio del culto. De ahí que no fuese por casualidad el que, cuando después de la muerte de Stalin, se criticase su manera de gobernar, se hiciera uso de la terminología sacada del diccionario teológico: el culto de la personalidad.
El autor de la biografía crítica de Stalin, Roy Medvédev, escribe:
“En las primeras décadas del siglo XX, aun entre los marxistas existía la corriente de los ‘divinizadores’ que en aquel entonces representaban Anatoli Lunacharski, Vadim Bázarov e incluso Maxim Gorki. Se consideraban llamados a cumplir una tarea que consistía en crear, sobre la base del marxismo-leninismo, ‘una religión proletaria sin Dios’. La asumió Stalin, y de hecho la cumplió, solo que corregida y aumentada. Basada en el marxismo, contribuyó a crear una especie de religión, sólo que con un Dios, por añadidura omnipotente y omnisciente, erigiéndose el propio Stalin en el terrible Dios de la nueva religión.”

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